lunes, 1 de diciembre de 2008

La víspera

20 de noviembre de 2008

Buenos días. Es para mí un enorme placer volver a encontrarme en estas aulas de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la UNAM en la que en muchas ocasiones, si bien todas ya relativamente lejanas al haber estado ocupado estos últimos tiempos en otras labores no académicas, he compartido discurso e intereses con muchos de ustedes. Debo agradecerle, pues, a las autoridades del Centro, a los directores y editores de esta colección "Dulce y útil" y a todos mis buenos amigos y colegas de esta casa que me hayan invitado para platicar con ellos y ustedes en ese agradable rato que constituye siempre la puesta de largo de una colección que presenta a la par varios libros que atestiguan, también a la par y más allá de su juventud, su dinamismo y productividad. Y me complace especialmente que mi vuelta a estas estupendas instalaciones sea para hablarles de un libro estupendo de un amigo, académico y hombre estupendo.


"Poblar los desiertos que rodean los oasis de la satisfacción, dar voces al motín del silencio, llenar las páginas en blanco de la historia, recordarnos y recordarles a nuestros contemporáneos que no vivimos en el mejor de los mundos posibles. El novelista ha extendido los límites de lo real, creando más realidad con la imaginación, dándonos a entender que no habrá más realidad humana si no la crea, también, la imaginación humana". Estas líneas del final de Geografía de la novela de Carlos Fuentes cierran un tan bello como interesante ensayo donde se defiende el universalismo de la novela, su carácter híbrido y naturaleza mestiza, su ruptura del centripetismo y posición excéntrica, su dimensión ficcional e imaginativa aunque se nutra y a la vez incida sobre la realidad.


Son estos algunos de los rasgos que conforman la escritura narrativa actual y que, evidentemente, comparte esta reciente novela corta de Rubén Darío Medina, La víspera: los interrogantes universales sobre la vida, la condición y la espiritualidad humana, la denuncia de las complicidades entre el dinero y la injusticia y el poder y el crimen, las conexiones de la formación amorosa y la educación sentimental, el desarraigo de la juventud respecto al mundo y la realidad y su mínimo anclaje con este a través del amor y la amistad, las ideas y los sueños. En fin, temas y aspectos muy universales y comunes pero llevados al microcosmos narrativo de este texto de forma adecuada, tanto ideológica como artísticamente: en el primer caso y en coherencia con el modelo architextual de “novela de educación” -del “bildungsroman” del Wilhelm Meister, La educación sentimental o Camino de perfección- en que este relato se inserta, por elegir la interrogación y el aprendizaje antes que el proselitismo o el maniqueísmo; en el segundo y en adecuación al tono existencial y al modelo de introspección psicológica que priman en la novela, por optar por una construcción meditada que vertebra y coapta acertadamente para tales fines distintas técnicas y procedimientos narrativos y representativos. Pero vayamos por partes.


La novela en sí presenta, en una composición que se basa en el montaje de distintas escenas cortas sucesivas, una historia bien sencilla, aunque doble y paralela, que gira en torno a los efectos psicológicos y formativos en el personaje central de su relación amorosa con Sara y de su implicación, más moral que activa, con la protesta estudiantil mexicana de 1968. Pero esta historia molecular, conformada por esas dos historias atómicas o mínimas –para utilizar la terminología de Lubomir Dolezel también adoptada por Gerald Prince-, distintas pero engarzadas y cronológicamente paralelas, se enriquece con múltiples ramificaciones vinculadas con actuaciones o pensamientos de otros personajes (el caso de Ángel), con referencias intertextuales de tipo cultural diverso (Vasconcelos, El escándalo de Alarcón, los Panchos, Radio A I, etc.) y, sobre todo, con la explicación del narrador de la interiorización psicológica de todos estos estímulos externos por parte del protagonista.


Y es justamente este tratamiento temático y discursivo del relato narrativo de la conciencia del personaje el que aporta mayor complejidad, valor y riqueza a la novela, construida no tanto en relación a la estructura lógica de la acción aristotélica y a su correspondencia con distintos ámbitos de actuación espaciotemporales, cuanto con una sucesividad de escenas cortas, integradas por el autor implícito a partir del montaje de tipo cinematográfico de las mismas, que van perfilando progresivamente la evolución simultánea de la conciencia sentimental y social del personaje central.


Efectivamente, la organización discursiva y textual dispone y diversifica complejamente la doble historia central. El movimiento temporal no sólo se teje en torno a los momentos cronológicos próximos al desencadenamiento y represión del movimiento estudiantil mexicano de octubre de 1968 sino que abunda en los juegos anacrónicos de la retrospección y la prospección, utiliza con particular frecuencia las pausas textuales digresiva y, sobre todo, reflexiva y alterna en numerosas ocasiones el cambio rítmico de la velocidad narrativa. Espacialmente, el único lugar geofísico básico –Ciudad de México- se enriquece con variados planos y perspectivas de muy diferentes emplazamientos capitalinos (plazas, calles, parques, patios, casas, etc.) y de muy diversos ámbitos de actuación bien caracterizados y diseñados espacialmente, con ocasionales descripciones breves. El personaje central, al que, aparte de otros actuantes terciarios o figurantes que no procede mencionar aquí, acompañan como personajes secundarios primordiales Sara y Ángel, están bien construidos y complejamente caracterizados y la acción básica, como se ha dicho, se desdobla en dos historias mínimas y engarzadas que finalmente remiten a distintos temas de interés común y actual.


Hay, no obstante, un hecho discursivo más relevante, conectado a esa dimensión pluritemática a la que me acabo de referir y vinculado a ese aspecto no ya sólo polifónico sino plurilingüístico y dialógico que Bajtín veía como característica de la novela moderna. Me refiero al entrecruzamiento textual, en una posición de convivencia a la par que de oposición e incluso de confrontación, de distintos lenguajes y discursos sociales e ideoculturales, de idiolectos como los he denominado yo mismo, que se transdiscursivizan y corporeízan narrativamente en la novela, y aludo sobre todo a dos. Primeramente, a la oposición entre los lenguajes generacionales de la juventud y de la madurez, con triunfo del primero, que se manifiesta en numerosas ocasiones, como, por ejemplo, en el idealismo y la utopía que dirigen al protagonista, en sus dudas vocacionales y de fe o en la opción de la pareja por la boda frente a las recomendaciones de los familiares. En segundo término y en este caso con victoria para el segundo, a la antinomia entre dos lenguajes ideosociales, el de los estudiantes y el del poder, el del cambio y el del inmovilismo, el de la apuesta por el futuro y el de la opción por la permanencia del status quo, el de la protesta y el idealismo y el de la represión y el practicismo, el de la inocencia y el del crimen.

Pero es quizá el empleo -y el dominio- de una serie de modernas técnicas narrativas, entre las que destacaré dos, el que caracteriza esencialmente esta novela de Medina Jaime, que, si bien se alinea como modalidad genérica o tipo discursivo con la novela de formación, en cambio ideoculturalmente comparte características fundamentales con la novela existencialista: y no me refiero solo a su dimensión realista y crítica sino particularmente a la tematización de las dudas vocacionales y psicológicas, de la interrogación sobre el papel del hombre en el mundo, del cuestionamiento del sentido del dolor y la represión, etc. De una parte, el primer procedimiento de composición narrativa se revela en el uso del montaje de origen fílmico como clave estructuradora del texto, tanto en la organización del mismo en 20 sucesivas escenas espaciotemporales cuanto en la disposición intercalada de otros textos no narrativos, como el poema de la escena décimonovena por citar solo un ejemplo. De otra, la segunda técnica narrativa remite a la clásica utilización en esta novela de un narrador con focalización omnisciente para permitir la introspección de los mundos interiores de los personajes, y principalmente del protagonista, en un modelo narrativo de relato del narrador de la conciencia del personaje -del que acaso La Regenta sea inigualable paradigma- que Dorrit Cohn denominó psiconarración.


Nos encontramos, en resumen y para finalizar, ante una obra no solo bien escrita y diseñada y modernamente construida sino también cargada de valores éticos y preocupaciones generales que enriquecen el acento y la posición muy personal que aquí deja entrever el autor. Con esta reciente novela, Rubén Darío Medina (México D.F., 1954), Catedrático de la UNAM y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, se proyecta desde sus ya conocidas y reconocidas facetas de la docencia entregada y la investigación escrupulosa hacia esa tercera y nueva línea del triángulo que supone la creación literaria. Y debo añadir que la admiración que siento por el doctor Medina, que surge no ya de nuestra relación de amistad que nos ha hecho trabajar y compartir muchos momentos personales juntos durante muchos años, sino del respeto científico, se me ha acrecentado ampliamente tras leer su novela.


Se trata, pues, de un libro del que el autor puede sentirse muy satisfecho y con el que puede contactar fácilmente el lector, un texto en el que Rubén Medina conjuga su idiolecto propio y su visión personal del mundo con temas actuales y universales, una obra, pues, que, en definitiva, aporta y añade algo: abordar la preocupación literaria general sobre el amor y la muerte, sobre la pareja y el poder, sobre el cariño y la injusticia, con voz propia, pero haciéndose eco también de otras voces comunes.


Y esta adicionalidad de la literatura a la vida, esta implementación de la realidad por la literatura, es algo, más que importante, fundamental; cerrando circularmente esta breve presentación, cabe decir con Fuentes -esta vez en ¿Ha muerto la novela?- que "la novela ni muestra ni demuestra al mundo, sino que añade algo al mundo. Crea complementos verbales del mundo".


Aquí tienen pues, permítanme decirlo ya a mí y como colofón, un magnífico complemento indirecto para cualquier predicado cuyo núcleo sea el verbo “leer”.


José R. Valles Calatrava

Catedrático de Teoría de la Literatura

Universidad de Almería (España)

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