lunes, 1 de diciembre de 2008

La cabeza de Medusa


20 de noviembre de 2008

Como siempre ha sido su costumbre, la Medusa se ausenta y aparece inesperadamente. Como la única mortal de las tres hermanas gorgóneas, ha tenido más precauciones en sus apariciones, mucho más deseable por furtiva y, sin lugar a dudas, su franca mirada. En el 2007 hizo su aparición La cabeza de Medusa (con Vivir bajo sospecha) inaugurando la colección de extensos horizontes "Dulce y Útil". Un amplio recorrido ha tenido, tanto en tiempo como en distancias: su primera correría fue por el acuoso Chiapas: ahí aprendió nadar entre muy variadas presentaciones y críticas, además de los ríos, cascadas, lagunas que existen por todo el estado.

A más de un año de su aparición se impone inmediatamente la reflexión sobre sus alcances y la intención de su escritura. Extraña, para mí no lo es, manera de presentar un libro: parecería una escena tautológica donde la escritura y el autor se repite constantemente. Sin embargo hago profesión de fe en la teoría y la crítica literaria y comprendo que este es un ensayo de lo que se explica constantemente en los salones de clase, en los análisis: los textos son huérfanos, de madre y padre para que no haya duda; la escritura se desprende del lápiz, la mano, la goma de borrar y emprende su camino, que no sé si sea propio: se va de romería con los lectores.
Su iniciación chiapaneca fue la apertura a esta reflexión y a inquietudes que se han acumulado en muchos auditorios en donde se ha presentado; curiosamente –como la Medusa– siendo un libro sobre semiótica artística, ha asistido a lugares que enseñan o tienen cierta predilección por otras disciplinas de las humanísticas o artísticas: especialmente las llamadas duras. ¿Por qué La cabeza de Medusa? Así, sin subtítulo, sin una guía interpretativa para vislumbrar la relación entre él y la semiótica, especialmente la artística. La pregunta es más que pertinente porque encamina la aproximación al libro.

Como vimos hace un momento, hay una gran atracción por la Medusa, más que su cuerpo y el discurso mitológico de sus acciones, se ha representado con asiduidad y cierta, sensualidad su rostro que atrae y petrifica. Notemos que de las tres hermanas es la única que del rostro bestial y barbado, poco a poco se fue transformando para adquirir los rasgos más humanos y particularmente femeninos.
Su rostro detiene y atrae, nos inquieta pero seguimos siendo entusiastas admiradores; es posible que sea su cualidad mitológica, su herencia divino-esotérica casi me atrevo a decir, inefable: lo digo pero matizo: de ninguna manera la mortalidad que la caracteriza puede ser un atributo irrelevante, es lo que nos permite dejar la magia, aunque sea parcialmente –en recuerdo de Borges– y construir una explicación sobre los atributos de su rostro que tanto han cautivado.

El arte y particularmente me interesa la literatura tiene su faz de Medusa: petrifican no como endurecer sino como admirar: inmovilizan por el asombro que producen; es la fascinación ante la obra artística, el embeleso del baile, el éxtasis pictórico, el arrebato épico, la complicidad del concierto musical. Indiscutiblemente, todas ellas experiencias individuales, pero que otros también las han sentido en épocas y lugares diferentes. Los signos artísticos están en constante representación con hombres diferentes: ¿Qué tiene la obra, "La cabeza de Medusa", que consienta esta constante actualización de argumentos, temas, rostros, personajes?
Eso ensaya La cabeza de Medusa, la necesidad –que no sólo es mía– de explicar por sí misma, en su estructura, en su expresión la manera que ha logrado impresionarnos. Hay un porqué humano, temerario detrás de la parcial divinidad con que aclaramos el proceso artístico. Me explico. Ciertamente existe en cada escritor una motivación compleja de mostrar qué lo empuja a la creación: ¿un don, la mano divina de los evangelistas, la inspiración? Puede ser: la teología y psicología en sus abismos podrían intentar darnos algunas respuestas. Sin embargo, ante el hecho artístico: sensible ante y con nosotros no nos queda más remedio que el análisis de su expresión; es decir, la estructura que andando el tiempo ha tenido la posibilidad de seguir estableciendo una comunicación.

¿Qué compartimos, en la experiencia cotidiana, con la gente madrileña de la época de Cervantes, Lope, Quevedo? Pues en la circunstancia histórica poco, entonces ¿por qué en la lectura de sus textos nos volvemos a reencontrar?, ¿cómo logramos ser contemporáneos de quienes no lo fuimos? Una parte depende de nuestras inquietudes, pero otra, al parecer la más importante, corresponde a la conjunción de signos solidarios que se han logrado reunir.
Así, La cabeza de Medusa aspira dejar el pasmo y mostrar, hasta donde sea posible explicar, señalar con cierta precisión el proceso expresivo que logra mantener en latente actualidad las andanzas de Alonso Quijano o continuar provocando un desasosiego metafísico al escuchar “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?” del impecable soneto de Lope de Vega.

“honesto, que, vuestro, ardiente, y, mirar” son palabras comprensibles, cotidianas. En ninguna de ellas se asoma la complejidad, un lenguaje artificioso, o como se dice coloquialmente, rebuscado. ¿Qué se hace con ellas? En manos de una autor que tiene el coraje y la inteligencia para expresarse, para inconformarse con la visión del mundo que le ha tocado vivir forma un verso que en de muchas maneras sintetiza la fractura amorosa del hombre moderno.

En este libro se trata de ensayar los posibles caminos para explicar la continua atracción de la obra artística, el gusto por la cabeza de Medusa desde sus propias cualidades semióticas.
A lo mejor, ahora le diría al autor que hubiera puesto de título “La mirada de Medusa”; en todo el recorrido de sus rostro, en la admiración de los artistas sus ojos son la constante, no en vano Garcilaso de la Vega construyó con las palabras que ya mencioné este magnífico verso:
“y que vuestro mirar ardiente, honesto”
Muchas gracias por su paciencia y atención
Presque par lui même

1 comentario:

Anónimo dijo...

Recomiendo este libro, lo tengo leído y aseguro que la obra hace honor al título que lleva. El autor no sólo nos lleva por el camino semiológico del arte, sino que también se ha atrevido a experimentarlo en su lenguaje. Al leerlo se hace evidente la capacidad de observación y expresión con un lenguaje dulce y útil.